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HUMPHREY BOGART


Sam Spade, Philip Marlowe, Rick Blaine, Harry Morgan… Personajes únicos e inolvidables que siempre tendrán el rostro de Bogey.

Lo suyo eran los personajes atormentados. Su gesto triste, casi desencajado, su voz profunda y gangosa y un cierto aire de muy pocos amigos hicieron de él la encarnación del gángster por excelencia. Pero con el paso de los años, y de las películas, Bogart se metería en la piel de personajes muy diversos que ensancharían su leyenda hasta extremos insospechados.

Humphrey DeForest Bogart nació en Nueva York el día de Navidad de 1899. Sus padres deseaban que su hijo fuera médico y soñaban con que estudiara en Yale. Pero sucedió algo muy distinto: el joven Humphrey fue expulsado de la escuela superior, decidió que lo suyo no eran los libros y se enroló en la Marina durante la Primera Guerra Mundial. De esa época data una herida que le dejaría el labio superior medio paralizado y que, paradojas del destino, le daría a su dicción una singular seña de identidad.

Tras pasar sin mucho éxito por los escenarios de Broadway, Bogart viajó a Hollywood en busca de una carrera en el cine. Sus primeros pasos fueron difíciles hasta que despuntó en una película llamada El bosque petrificado (1936). A partir de entonces encarnó varios papeles de forajidos o gángsters de mirada torva y malos modales en películas dirigidas por directores como Michael Curtiz o William Wyler. Su vida cambió cuando Raoul Walsh le ofreció el papel protagonista de El último refugio (1939). Ahí el gángster se convertía en el héroe bueno en manos de un destino aciago. Pero la leyenda de Bogie no llegaría hasta que se metió en la piel del detective Sam Spade en El halcón maltés (1941), dirigida por un novato llamado John Huston. Luego llegó Casablanca (1942) y ya nunca dejaría de ser el hombre duro con corazón de oro, dispuesto a dejarse la vida por los viejos (y siempre vigentes) ideales de siempre.

Tres años después conoció a la que sería la mujer de su vida, la “flaca” Lauren Bacall de Tener y no tener (1944). Con sus posteriores trabajos –El sueño eterno (1946), Callejón sin salida (1947), La senda tenebrosa (1947), Cayo largo (1948), El tesoro de Sierra Madre (1948)…– Bogey forjó aún más su aura de mito viviente. Luego dio muestras de su carácter independiente y contestatario: fue pionero al montar su propia productora (Santana Pictures) y junto a su esposa Bacall encabezó la protesta contra la Caza de Brujas.

Entre sus últimos trabajos hay que destacar La reina de África (1951), por la que obtuvo el único Oscar de sus carrera, La condesa descalza (1954), Sabrina (1954), El motín del Caine (1954) y Más dura será la caída (1956), que fue su último trabajo antes de que un cáncer de esófago acabará con su vida un triste 14 de enero de 1957. Han pasado muchos años desde esa fecha y aún siguen vigentes las palabras que su amigo John Huston pronunció en su funeral: “Poseía el don más grande que puede tener un hombre: talento. El mundo entero llegó a reconocerlo... consiguió de la vida todo lo que pidió y aún más. No tenemos motivos para compadecerlo; sí a nosotros mismos por haberle perdido. Nadie podrá reemplazarlo”

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